domingo

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Cuentos para niños. Rapunzel

 



Divertido video. Disfrútalo.

Cuentos para niños. Madre Holle

 



Un cuento divertido para dormir.

Cuento para niños. La perezosa.


 

Diviértete mirando este video y aprende el valor que se esconde. 

Cuentos para niños. Hanzel y Gretel


 Cuento infantil para dormir. 

Cuento para niños. El cuento de la princesa que siempre estaba enfadada.

 

Cuento de la princesa enfadada

Se llamaba Isabel y todos decían que tenía nombre de reina. Y aquello no era tan raro, porque Isabel algún día sería reina, que para eso era una princesa y vivía en un palacio y tenía sirvientes a los que daba órdenes sin parar, vestidos con piedras preciosas de los que se cansaba enseguida y todas esas cosas lujosas que tienen las princesas de cuentos. Isabel también tenía un dragón tan torpe, que siempre tenía que castigarle en un rincón y un padre al que le gustaba llevarle la contraria.

Pero Isabel, con su nombre de reina y todos sus lujos, no sonreía mucho ni se sentía muy feliz. Se pasaba el día enfadada porque no tenía amigos, pero no tenía amigos porque se pasaba todo el día enfadada. Así que un día, decidió llamar a su hada para que le cumpliera su deseo…

- ¡Ya era hora de que aparecieras! Venga… rápido… ¡cumple mis deseos: quiero tener amigos!

El hada, a la que no le gustaba nada que le hablaran de malos modos, exclamó con su voz de pito:

Y el hada desapareció. Isabel se enfadó, gritó, lloró de rabia y finalmente, muy bajito, pidió por favor, por favor, por favor, que el hada volviera. Y como lo había pedido por favor, el hada regresó. 

- Antes de conocer mundo y de tener amigos, debes aprender a sonreír. ¡No se puede estar enfadada todo el día, querida princesa!

Y al decirlo, tocó a la princesa con su varita mágica. Un segundo después, Isabel estaba rodeada de barro junto a una casa que olía peor que la torre en la que tenía encerrado a su dragón. 

- ¿Por qué me habrá traído esta hada aquí? ¡¡Qué asco!! Si aquí solo hay animales. Así cómo voy a tener amigos, ¡cómo no voy a enfadarme todo el rato!

Isabel continuó caminando muy enfadada entre todas aquellas vacas que mugían y aquellas gallinas que la seguían a todas partes. Hasta que se encontró a un niño roncando en una silla junto a un perro pastor. Pero además de roncar, aquel niño tenía la sonrisa más grande y más bonita que había visto nunca. 

Isabel esperó a que el muchacho se despertara. Quizá, pensó, él puede ser mi amigo. Pero la paciencia de Isabel era tan pequeña como su sonrisa, así que no habían pasado ni dos minutos cuando empezó a molestarle el ronquido del niño, la sonrisa enorme en la boca y sobre todo… ¡que no se despertara para ella!

- Pero bueeeeeeeno… ¡ya está bien! ¡¡Deja de roncar!! - dijo Isabel mientras le zarandeaba muy enfadada. 

El niño se despertó un poco despistado, pero sin dejar de sonreír. 

- ¡Qué sorpresa más agradable! ¡Una niña con la que jugar! Aunque una niña un poco enfadada…

- ¡¡Yo no estoy enfadada!! - exclamó muy enfadada Isabel.

El niño no pareció inmutarse con los gritos de Isabel, al contrario, estaba muy contento de tener compañía aunque fuera la compañía de aquella princesa enfadada y era tan amable y tan sonriente que a Isabel se le quitó el enfado en un periquete. El niño, que sonreía siempre, le contó que se llamaba Miguel y que vivía solo en aquella granja, pero que no se sentía solo porque todos aquellos animales eran sus amigos. Isabel, a su vez, le contó que en su palacio tenía caballos con alas y hasta un dragón pero que no tenía ni un solo amigo.

- A lo mejor no tienes amigos porque te pasas el día enfadada…

- ¡¡Yo no me paso el día enfadada!! - exclamó muy enfadada Isabel y se marchó a un rincón de la granja con cara de pasa arrugada.

Miguel siguió jugando con los animales sin parar de sonreír. Parecía tan feliz y su sonrisa era tan bonita, que a Isabel se le pasó el enfado. ¿Cómo conseguiría Miguel no estar nunca enfadado?

- Es fácil. Cuando me levanto por la mañana lo primero que hago es sonreírle al espejo. Y con esa sonrisa me voy a todas partes. Sonrío a los perros, a mi vaca, a las gallinas... ¡sonrío hasta a las princesas enfadadas como tú! Y de tanto sonreír, la alegría se me mete dentro y todo me parece mucho mejor y ya no encuentro motivos para enfadarme. Prueba a hacerlo.

Isabel pensó que aquel plan era de lo más absurdo. Pero como no tenía nada que perder comenzó a sonreír. Estaba tan poco acostumbrada que al principio hasta los músculos de la cara le dolían. Pero después de un rato jugando con los animales y sin parar de sonreír, Isabel se dio cuenta de que ya no le dolía la cara al hacerlo y que además ya no tenía ganas de enfadarse. Isabel y Miguel se pasaron toda la tarde jugando con los animales y sin parar de sonreír. Cuando comenzaba a anochecer, de repente, apareció el hada.

- Muy bien Isabel, ¡has conseguido olvidar tu enfado y sonreír! Y tus deseos se han cumplido. Tienes un amigo y tendrás muchos más ahora que has dejado de estar enfadada.

Y así fue como Isabel empezó a tener amigos y dejó de ser para siempre la princesa enfadada.


Cuentos para niños. El oso Pomposo.

 

Un cuento corto para enseñar a los niños a ser ellos mismos

En el bosque estaban de fiestas. Las flores y árboles lucían erguidos en todo su esplendor formando bonitos escaparates. Esa noche había una verbena y todos los animales acudían al claro del bosque, muy contentos, con sus mejores galas.

Todos vieron llegar a Oso Pomposo por la senda: grande, peludo, vestido con unas mallas rosas, pulseras y collares de colores y pendientes en las orejas. Algunos lo miraban sonriendo y se daban codazos al verlo pasar por su lado, pero Oso Pomposo se propuso disfrutar de la noche y no hacer caso de las miradas burlonas.

De repente:

- ¡Tú! ¿Dónde vas así vestido? - escuchó a su espalda.

Oso Pomposo se volvió y vio al lobo furioso.

- ¿Es a mí? - dijo extrañado.

- ¡Estás haciendo el ridículo! ¡Vete de aquí! - repitió el lobo.

- ¡No estoy haciendo nada! ¡Déjame disfrutar de la verbena!

Entonces el lobo sacó los colmillos y se acercó a él amenazadoramente.

- ¡Largo de aquí! ¡No eres bienvenido!

¡Yo no estoy haciendo nada malo! ¡Visto como quiero! - le contestó Oso Pomposo, retrocediendo ante la agresividad del lobo.

Los animales del bosque que estaban presenciando la escena, se fueron arremolinando alrededor.

¿Por qué no dejas a Pomposo en paz? ¡No hace daño a nadie vistiendo así! - dijo un joven zorro alzando la voz.

El lobo lanzó una mirada fulminante al zorro.

- ¿Quién te has creído que eres? ¡Zorro enano! - le gritó, olvidándose por un momento de Oso Pomposo.

- ¡Un pequeño zorro que no dice más que la verdad! - dijeron los padres del zorro apoyando a su hijo.

- ¡Deja a Oso Pomposo tranquilo! - dijeron las liebres y conejos.

¡Cada uno viste como quiere! - dijeron las culebras y serpientes.

- ¡No hace daño a nadie! - dijeron los búhos y lechuzas.

- ¿Por qué no lo dejas en paz? - hablaron las polillas y mariposas.

- ¡Basta ya! ¡Queremos disfrutar de la noche! - dijeron los sapos y ranas saltando valerosamente delante de Pomposo para protegerlo.

Ante la avalancha de protestas el lobo no tuvo más remedio que agachar las orejas y se fue muy enfadado.

La música volvió a sonar, y todos, también Oso Pomposo, disfrutaron de la verbena.

Cuentos para niños. El sueño de Pascasio.

 

Cuento para niños que luchan por lo que quieren y sus sueños

¡Quiero volar!—dijo el erizo Pascasio mirando al cielo pensativo; y los pájaros que lo escuchaban se quedaron mirándolo pensativos también; nunca habían pensado que alguien pudiera envidiarles por hacer algo que para ellos era tan natural.

- Si los pájaros vuelan más alá de las nubes, ¿por qué no puedo volar yo?

- Si los pájaros vuelan más allá del arco iris, ¿por qué no puedo volar yo?

- Si los pájaros vuelan más alto que las montañas, ¿por qué no puedo volar yo?

- ¡Pero los erizos no vuelan! - le dijeron las palomas intentando que entrara en razón, sin éxito alguno.

- ¡Los erizos no vuelan! Pascasio es inteligente, ¿por qué se pone tan tozudo? - dijeron los milanos.

Los pájaros viendo que el erizo deseaba tanto volar hicieron una reunión.

- Pascasio es un buen erizo y siempre que hemos necesitado su ayuda nos la ha prestado de buena gana; debemos ayudarlo a lograr su sueño - dijeron los gorriones; y, en eso, todos estuvieron de acuerdo.

- Podemos agarrarlo entre varios de nosotros y subirlo al cielo - dijeron los vencejos.

- ¡Demasiado peligroso! - dijeron las aves rapaces,- ¡nos pinchará con sus púas!

Quedaron pensativos pensando qué hacer para ayudar al erizo.

-¡Ya sé!, - dijo de repente un loro - cada uno de nosotros le daremos una pluma y se la pegaremos al cuerpo para que pueda volar.

Y así lo hicieron: gorriones, canarios, jilgueros, petirrojos, herrerillos, cotorras, verderones, milanos y todas las aves del bosque se arrancaron una pluma, y se la dieron al erizo para que se hiciera unas alas y pudiera volar.

Se pegó una por cada púa, y cuando Pascasio más parecía un pájaro, muy extraño, eso sí, que un erizo, se puso muy contento y cogiendo carrerilla se impulsó para alzar el vuelo a la orilla de un barranco.

Catapum, pum, pum, pum, chop, chop... todos lo vieron caer y rodar por la cuesta hasta el río.

- ¡Ohhhhhh! - gritaron todos angustiados.

- ¡Solo ha sido un pequeño accidente! - dijo Pascasio, sacudiéndose las hiedras enredadas entre las plumas y las púas empapadas.

Voy a seguir luchando por lo que quiero. ¡Quiero volaaar!

Y de nuevo cogió carrerilla y se lanzó por el barranco.

Catapum, pum, pum, pum, pam, pam, cataplam, chop, chop... de nuevo lo vieron caer rodando hecho una bola.

- ¡Ohhhhhh! ¡Ohhhhhh! - gritaron, pensando que se había roto la cabeza. - ¡Solo ha sido un pequeño accidente! - dijo Pascasio, recogiendo las plumas que se habían despegado en la caída y flotaban en el río.

- Voy a seguir luchando por lo que quiero. ¡Quiero volaaar!

Todos se echaron las patas a la cabeza cuando vieron a Pascasio corriendo de nuevo hacia el barranco.

El erizo movió las plumas con todas sus fuerzas al iniciar el salto, y luego se quedó quieto y empezó a planear sobre el río.

- ¡Ohhhhhh! ¡Ohhhhhhhh! - gritaron todos asombrados cuando lo vieron volar. Se mantuvo unos minutos en el cielo, vapuleado por una ráfaga de aire y, de repente, cayó sobre el río de cabeza.

Catapum, pum, cataplam, chas, chas, chas, chas, chop, chop...

- ¡Ohhhhhhhhhh! ¡Ayyyyyyyyy! ¡Ohhhhhhhhhhhhhh! - gritaron, pensando que se había matado.

Pascasio salió del río: empapado, dolorido, sin plumas, con las puúas rotas, pero con una gran sonrisapor fin habia logrado su sueño; había volado.


Cuento para niños.

 

CAMBIO DE PAPELES


Texto de María Bautista 
Ilustración de Raquel Blázquez
Mario era el humano de Zeta y Zeta, que tenía el pelo rojizo como un zorro, era el gato de Mario. A Zeta le gustaba mucho su humano, pero también le gustaba ir a su aire. Por mucho que el niño insistía, Zeta nunca dormía en su cama cuando él estaba dentro, prefería hacerlo acurrucado en un cojín junto al radiador. A Zeta le gustaba descubrirlo todo, ¡era tan curioso! y no tenía miedo a nada, o casi a nada. Porque el aspirador, en verdad, le asustaba un poquito.  Cuando olía, oía o veía algo nuevo, Zeta no se lo pensaba dos veces… acudía sigiloso a olfatear, escuchar y observar lo que pasaba. Era todo lo contrario que su humano. Y es que a Mario no le gustaban las cosas nuevas: le daban miedo.

Por eso cuando aquel otoño comenzó en una escuela nueva, un colegio de mayores, que decía su abuela, Mario no paraba de quejarse. Eso a pesar de que había muchas cosas que le gustaban de su nuevo colegio. Para empezar ya no tenían que llevar ese babi color verde que tanto odiaba. Además, el colegio nuevo era mucho más grande y en vez de un patio de arena, tenían una pista de fútbol y otra de baloncesto. Sin embargo, las clases eran cada vez más complicadas. Lo que menos le gustaba a Mario era cuando le tocaba leer en alto delante de toda la clase. Se ponía tan nervioso que todas las letras comenzaban a bailar y a mezclarse unas con otras. Al final Mario comenzaba a tartamudear y le tocaba a otro releer lo que él había leído.
Mario le contaba a Zeta todas estas cosas y el gato, mientras se dejaba acariciar con paciencia, pensaba en lo injusto que era que Mario, que no quería ir al colegio, tuviera que acudir a él cada día.
–Y mientras yo, que me encantaría, tengo que quedarme en casa cada día. ¡Con lo que me gustaría a mí ir al colegio y aprender a leer!
Para Mario, sin embargo, era todo lo contrario:
–Qué suerte tienes Zeta, tú puedes estar en casa todo el día… ¡Si yo fuera un gato: sería tan feliz!
Y tanto quería Zeta ir al colegio y tanto quería Mario ser un gato, que una noche de luna llena un hada traviesa que pasaba por la ventana decidió concederles el deseo.
–Durante una semana Zeta será un humano y Mario un gato…
Imaginaros el lío que se montó a la mañana siguiente… Zeta con su cuerpo de niño de 6 años y Mario lleno de pelo color rojizo.
–Y ahora ¿qué hacemos? –exclamó Zeta que ahora hablaba como los humanos, puesto que era uno de ellos.
–Pues tendrás que ir al colegio y hacerte pasar por mí –maulló Mario mientras se chupaba la pata con su lengua aterciopelada.
Y así lo hicieron. Zeta se marchó al colegio y allí vio con sus ojos todo lo que Mario le había contado. Lo campos de fútbol y baloncesto, los libros repletos de letras y aquella maestra que les hacía leer en voz alta. Como Zeta era muy curioso y no le tenía miedo a nada, estuvo observando a todos los niños, mirando bien los libros y descubriendo en qué consistía eso de leer. Pero aunque todo era muy divertido, Zeta estaba agotado. Así que cuando llegó el recreo pensó quedarse acurrucado en una esquina y echarse una siestecita: aquello de ser niño era muy entretenido, pero también muy agotador. Pero cuando estaba a punto de quedarse dormido, sus amigos vinieron y le obligaron a jugar un partido de fútbol con ellos.
Mientras tanto, en casa, Mario se había quedado en la cama tan a gusto que pensó que eso de ser gato era lo mejor del mundo. A mediodía se fue al despacho de Papá, se subió a la mesa y empezó a ronronear. Papá, que estaba revisando unos papeles muy complicados le apartó de un manotazo. Y el pobre Mario convertido en gato acabó de bruces en el suelo.
–Bueno, volveré a mi camita. No tengo nada que hacer más que dormir, comer y jugar…
Pero dormir tantas horas era aburrido, y no hablemos de jugar: perseguir una bola de lana no era la idea que Mario tenía de diversión. Tampoco era mejor comer: aquellas bolitas secas que Zeta solía devorar a todas horas sabían a rayos y truenos.
Y así fueron pasando los días. Zeta en el colegio, tan observador, había aprendido a leer. Mario, en casa, como no tenía nada que hacer, se dedicaba a curiosear por todas partes y a descubrir rincones en los que nunca se había fijado. También se estaba volviendo más valiente: ¡hasta había aprendido a enfrentarse al aspirador como nunca lo había hecho su gato! Y eso que al principio, cuando sintió la máquina apuntando hacia él casi se cae del susto, pero sabía que no tenía nada que temer, porque aunque esa máquina era muy potente, él era mucho más rápido.
Pero ambos echaban de menos su vida anterior: el colegio estaba bien, y leer era muy divertido para Zeta, pero era mucho mejor pasarse todo el día durmiendo y curioseando a su antojo. A Mario ser gato le parecía muy cómodo, pero también muy aburrido. No podía salir a a la calle, ni jugar al fútbol con amigos. Extrañaba el colegio, ¡incluso aunque le hicieran leer en alto!
Así que aquella noche, cuando habían pasado ya siete días desde que se cambiaron los papeles, Mario y Zeta empezaron a discutir cómo acabar con aquella situación:
–Yo no quiero ir más al colegio. ¡Vaya aburrimiento!
–Y yo no quiero quedarme todo el día en casa… ¡eso sí que es aburrido!
–Pero ¿qué hacemos? No sabemos por qué ha pasado esto, ni tampoco cómo solucionarlo…
Y justo en aquel momento, el hada traviesa que había creado el encantamiento apareció en la habitación. Era pequeña como una mariposa y no llevaba una varita mágica, sino una pistola de agua con la que disparó a Zeta y a Mario que volvieron a sus cuerpos originales.
–¡Espero que hayáis aprendido la lección y ahora disfrutéis con lo que sois!
Pero tanto Zeta como Mario habían aprendido algo más. Zeta había aprendido a leer y desde entonces, además de husmear por todas partes, jugar con bolas de lana, dormir y comer, también le pedía a Mario que le dejara abierto algún libro de cuentos para leer un ratito. Mario, a su vez, había aprendido a ser más curioso y a no tener miedo cuando la profesora le pedía que leyera en alto. Si se había enfrentado valiente a una máquina que absorbía pelos… ¿cómo no iba a atreverse con la lectura?

Cuentos para niños.

 

EL PINTOR DEL OTOÑO

Texto de María Bautista 
Ilustración de Raquel Blázquez

El pintor que quiso pintar el otoño se fue un día al bosque con su maleta de trabajo. En ella traía todo lo necesario: tenía pinceles, un lienzo en blanco, una paleta de madera recién estrenada y todos los colores. Iba tan contento y aquel bosque era tan bonito, que no paraba de mirar por todas partes, emocionado con el paisaje:

– ¡Qué cielo! ¡Qué árboles! ¡Qué bonito voy a pintar el otoño!

Pero con lo que no contaba el pintor es con que empezara a llover. Para no mojarse, y evitar que se le estropeara su material, corrió a guarecerse bajo un puente, con tan mala suerte que al llegar junto al río tropezó y cayó al suelo estrepitosamente.

– ¡Mi maleta, mis colores! – gritó al ver cómo se los llevaba la corriente.

Y aunque fue muy rápido y trató de recuperarlos todos, apenas le quedaron unos cuantos: el rojo, el naranja, el marrón y el amarillo. Lejos de enfadarse, el pintor decidió que pintaría el otoño solo con aquellos colores y que aquel cuadro sería el más bonito de toda su carrera.

Y vaya si lo consiguió…